Zona imbricada en laberintos, puentes, cruces de vías, vías muertas, callejones sin salida, televisores que hablan toda la noche en bares que nunca duermen. Y de esa red febril, tan expuesta y tan oculta, surgen los trazos cómplices de Matías Perego, con pinceladas que a veces parecen píxeles, como la pantalla de un viejo Noblex al que la clientela mira mientras apura un coñac. Pero el artista rescata a los personajes de ese caos nocturno, para ordenarlos en una síntesis estructural.
Perego realizó muestras en Bacano, Sonoridad Amarilla, Planeta Cúbico, entre otras galerías, y sus obras integran colecciones del exterior y de nuestro país.
Ha colaborado con ideas visuales para los grupos Divididos, El Otro Yo y Rosario Bléfari y sus trabajos llevan el título de una canción, alguna frase de una estrofa o nos relata la música que acompaña el proceso creativo. En ellos, sus anómalos personajes, grotescos o cándidos, son los mismos que nos devuelve el cristal de un bar al mirar en su interior; aparecen resaltados, hípermediados.
Y esa es parte de la pureza de su obra.
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